
Uno de sus secretos es el magnetismo que provocan cada uno de ellos en escena. Schneider, desde su vestimenta (una remera con el dibujo de un caballo, pantalón a rayas, zapatillas doradas y un cinto con su nombre de pila como hebilla). Pierson, con sus mini shorts, su cabellera colorada y su voz intacta. Wilson, descalza y robusta, una especie de diva de los 50 con el carisma de una veinteañera. Y Strickland, que no se cansó de cambiar guitarras entre tema y tema, sacándole ese sonido tan característico de la banda, e interactuando con los sesionistas de rigor (batería, una bajista negra y un tecladista / violero).
Con una energía que no decayó en ningún momento, los picos de la celebración fueron los inevitables ("Private Idaho", "Give Me Back My Man", "Roam", "Party Out of Bounds", "Love in the Year 3000" y "Hot Corner"), decorados con panderetas fluo, anillos idem, cencerro por parte de Schneider (ahí se entiende el deliberado uso del instrumento en los grupos de la escena punk funk neoyorquina como The Rapture y LCD Soundsystem, y la admiración de la Pierson hacía esos últimos) y timbaletas. Y en el final, tras "Planet Claire" y "Let’s Keep This Party Going", los tres cantantes hicieron su numerito imbatible de telenovela trash a go go en "Rock Lobster". Una hora y media para un show que brinda una satisfacción inmediata y las ganas de más. Es que los grandes anfitriones de fiestas son así.
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