lunes, 1 de marzo de 2010
Coldplay en River: la vida en technicolor
Cerca del final, cuando Chris Martin se bamboleaba de felicidad como un saltimbanqui yogui del planeta de los salvados y mientras en la pantalla del fondo se sucedía una serie de imágenes chillonas de las calles de Tokio al ritmo de "Lovers in Japan", una tormenta de mariposas de papel estalló desde el mentón del escenario. Miles de maripositas de colores que caían sobre las cabezas perfumadas del campo vip y volaban alegremente hacia la mitad de la cancha, ahí donde habitualmente se planta el volante tapón, y las plateas bajas. Para ese entonces Coldplay ya había cantado "Viva la vida" y "Death Will Never Conquer". No había lugar para pensamientos oscuros. Esto era la vida en technicolor según Chris Martin y se sentía así: liviana, flotante y tornasolada como un cielo de barriletes.
La segunda visita del cuarteto inglés a Buenos Aires tuvo la escala real de su estatus. En el verano de 2007, sus shows en el Gran Rex habían sido una especie de globo de ensayo para ellos y para los privilegiados que consiguieron un ticket. De todas formas, ciertos esquemas de aquellas presentaciones teatrales se repitieron en la noche de River (¿el último show acá?). La idea de una banda móvil que genera distintos espacios emocionales en diferentes lugares del escenario, por ejemplo. Y así como en el Rex los Coldplay se apiñaban en las escaleras laterales para cantar serenatas acústicas en un tono relajado y algo jocoso, acá montaron una sucursal del stage principal en la que atacaron con la folkie "Death Will Never Conquer" (con el batero Will Champion en guitarra y voz), una linda versión de "Billie Jean" de Michael Jackson, y un estreno: "Don Quixote" (sic), un corte medio country basado en el primer viaje latinoamericano de la banda que, según contó Chris Martin, fue estimulante y revelador (y de hecho inspiró algunos guiños hispanos del álbum Viva la vida, y las guitarras criollas que usan tuneadas al estilo Frida Kahlo). En ese tramo del show, Martin, en plan director de efectos especiales, le pidió a la gente de las bandejas que levantara sus teléfonos y que hiciera "la ola". El resultado fue la primera ola lumínica coordinada de la que se tenga memoria por acá. Y un prólogo para el último tramo del concierto: un remix de "Viva la vida" para musicalizar el regreso al escenario central, la base bolichero-tribal de "Politik", "Death and All His Friends", las estrofas rompecorazones de "The Scientist" y "Life in Technicolor 2" para terminar bien arriba.
La primera vida en technicolor, eminentemente instrumental, había abierto el show con las guitarras de Jon Buckland y Martin estableciendo la tónica melódica de lo que se venía. Después de "Violet Hill", Coldplay madruga una pierna de viejos éxitos para calmar cualquier posible ansiedad ("Clocks", "In My Place" y "Yellow", de los dos primeros álbumes, Parachutes y A Rush of Blood to the Head). El grupo alterna canciones del último disco ("Cemeteries of London", "Strawberry Swing") con baladas de piano como "Fix You" y una versión despojada de "Hardest Part" ("esta va para mi papá", dijo el cantante). La versión remixada de "God Put a Smile upon Your Face" (con una coda de "Talk") termina siendo una madeja aplanada en la que la aceleración del tempo y la prepotencia de la melodía original se neutralizan e impiden cualquier contraste. La irrupción triunfal de "Viva la vida", un hit en estado de gracia, salvó las papas de la sección intermedia del show, que a partir de ahí iba a ir creciendo en sus formas y en su espíritu festivo. Los globos amarillos, las mariposas de papel, la pirotecnia, la ola luminosa y esa relectura cosmética de las grandes conquistas libertarias (la pintura de Delacroix, los uniformes filo-legionarios) funcionan como elementos visuales para algo que parece flotar todo el tiempo en el aire, en la sonrisa dibujada de Martin y en las melodías épicas de Coldplay: ¡la puta que vale la pena estar vivo!
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